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viernes, 15 de julio de 2011

DOS REYES CARMELEADOS




Cuéntase –pero Alah es más sabio, más prudente, más poderoso y más benéfico— que en lo que transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassam, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos y ambos eran heroicos jinetes pero el mayor valía más que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar. Su hermano llamado Schahzaman, era el rey de Samarcanda Al-Ajam.

Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.

No dejaron de ser así hasta que el mayor sintió vehemente deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: "Escucho y obedezco.”

Partió pues, y llegó felizmente por la gracia de Dios; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitarle a visitar su hermano. El rey Schahzaman contestó "Escucho y obedezco.” Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.

Pero a media noche recordó una cosa que había olvidado; volvió secretamente a su palacio y se encaminó a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue su sorpresa al encontrarla alegre y departiendo con gran familiaridad con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal desacato, el mundo se escureció ante sus ojos. Y se dijo: “Si ha sobrevenido esto cuando apenas acabo de dejar la ciudad. ¿Cuál será la conducta de esta esposa si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?” Desenvainó inmediatamente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder ni una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.

Entonces este se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la fragilidad de su esposa y una nube de tristeza le velaba faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país. Y lo dejaba estar sin preguntarle nada. Al fin un día le dijo: “Hermano tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea.” Y el otro respondió: “¡Ay hermano, tengo en mi interior como una yaga en carne viva!” Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa. “Quisiera que me acompañases a cazar a pie y a caballo, pues tal vez se esparciera tu espíritu.” El rey Schahzam no quizo aceptar y su hermano se fue solo a la cacería.

Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas el rey Schahzaman, vio como se abría una puerta secreta para dar salida veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la esposa del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza y ocultándose para observar lo que hacían, pudo convencerse de que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma o mayor, cabía a su hermano.

Al ver aquello pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inmediatamente, dejando que se desvaneciera su aflicción, se dijo: “¡En verdad esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.

A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y observó que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días. Se asombró de ello y dijo: “Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado todos los colores. Cuéntame que te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la cause de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó: “Para entenderte, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y se explicó de este modo: “Sabrás hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar al palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro departiendo con gran familiaridad. Los maté a los dos, y vine hacia ti muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla.”

Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: “Por Alah te conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores.” Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto: Y el rey Schahriar dijo: “Ante todo, es necesario que mi ojos vean semejante cosa.” Su hermano le respondió: “Finge que vas de caza pero escóndete en mis aposentos, y serás testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.”


Inmediatamente el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: “¡Que nadie entre!” Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora y tras ella los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman.

Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: “Marchémonos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no la muerte sería preferible a nuestra vida.” Su hermano le contestó lo que era apropiado, y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol en medio de una solitaria pradera, junto al mar salado. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.

Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar comenzó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de huma se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció enseguida una encantadora joven de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:

¡Antorcha en las tinieblas ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz iluminan las auroras!
¡Los soles irradiar con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos!
¡Que los velos de su misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantadas a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de sus lágrimas de pasión humedece todos los párpados!

Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo: “¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Y el efrit colocó su cabeza en las rodillas de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. Enseguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: “Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.” Por señas le respondieron: “¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!” Ella les dijo: “¡Por alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit que os dará la peor de muerte.” Entonces asustados bajaron hastY a donde estaba ella, la joven los tomó de las manos y se internó con ellos en el bosque y les exigió algo que no pudieron que no pudieron negarle. Una vez estuvieron cumplidos sus deseos sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les preguntó: “¿Sabéis lo que es esto?” Ellos contestaron: “No sabemos.” Entonces les explicó la joven: “Los dueños de estos anillos hicieron lo mismo que vosotros juntos a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos.” Lo hicieron así sacándoselos de los dedos y ella entonces les dijo: “Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.” Ya lo dijo el poeta:

¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal humor depende de sus caprichos!
¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las palabras de yusuf! ¡No olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por causa de la mujer!
¡No te confíes amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquellas que creas más segura, sucederá al amor puro una pasión loca!
Y no digas: “¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!” ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!

Los dos hermanos al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder y se dijeron uno a otro: “Si este es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros esta aventura debe consolarnos.” Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.

En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad pudiera estar seguro, resolvió desposarse cada noche con una y hacerla degollar apenas alborease el día siguiente.

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